I
El agua clara; como la sal de las lágrimas de la infancia[1],
el asalto al sol de la blancura de los cuerpos de las mujeres;
la seda, el lis puro, las oriflamas[2]
bajo los muros que resguardaron a alguna doncella;
–
el jugueteo de los ángeles; —No… la corriente de oro en marcha,
mueve sus brazos, negros, pesados, y sobre todo frescos, de hierba.
Ella[3] se hunde, con el Cielo azul como dosel, y reclama
como cortina la sombra del arca y de la colina.
–
II
¡La baldosa húmeda extiende sus burbujas limpias!
el agua adorna con pálido oro, y sin fondo, las camas listas.
Los vestidos verdes y desteñidos de las muchachas
son sauces, de los que saltan pájaros sin riendas[4].
–
Más pura que un louis[5], amarillo y cálido párpado,
la caléndula[6] de agua —tu fe conyugal, ¡qué Esposa!—
en el rápido mediodía, desde su espejo apagado, envidia
en el cielo gris de calor a la Esfera rosa y querida[7].
–
III
La Señora se mantiene firmemente de pie en la pradera
donde nievan los hilos de trabajo; la sombrilla
entre los dedos; pisando la umbela[8]; demasiado orgullosa para ella;
¡mientras los niños leen en el verdor florido
–
su libro de encuadernación roja! ¡Ay, Él[9], al igual
que mil ángeles blancos que se separan en el camino,
se aleja más allá de la montaña! ¡Y Ella[10],
tan fría, y oscura, corre! ¡Tras la partida del hombre!
–
IV
¡Nostalgia de los jóvenes y espesos brazos de hierba pura!
¡Oro de las lunas de abril en el corazón del beatífico lecho!
¡Alegría de los astilleros ribereños abandonados, que son presa
de esas noches de agosto en que germina la podredumbre!
–
¡Qué llore ella, ahora, bajo las murallas! Al aliento
de los álamos hacia lo alto sólo lo impulsa la brisa.
Luego es una capa, sin reflejos, sin fuente, grisácea:
un viejo, dragador, en su barco inmóvil, apenado.
–
V
Juguete de este ojo de agua lúgubre, de la que no puedo beber.
¡Oh, barca inmóvil! ¡Oh, brazos demasiado cortos! Ni una
ni otra flor: ni la amarilla que me importuna,
ni la azul, amiga del agua del color de la ceniza.
–
¡Ah, el polvo de los sauces que sacude un ala!
¡Las rosas de los juncos devoradas desde hace tiempo!
Mi bote, siempre fijo; con su ancla tirada
al fondo de este ojo de aguas sin orillas — ¿en qué barro?
——–
[1] La primera versión, «de l´enfance».
[2] La oriflama es un tipo de bandera, primeramente usado como enseña de la abadía francesa de Saint-Denis, y que más tarde pasó a ser pendón de guerra de los reyes de Francia.
[3] «Ella: el río personificado» (En Arthur RIMBAUD, Œuvre Complètes. Poésie, prose et correspondance. Introduction, chronologie, édition, notices et bibliographie par Pierre Brunel, Le Livre de Poche — La Pochothèque, Clermont-Ferrand, 2010, p. 364.).
[4] En ese sentido, las muchachas —sin riendas— son como pájaros en una jaula.
[5] Louis, también llamada Louis D’or, era una moneda de oro que circulaba en Francia antes de la Revolución.
[6] «Del Latín “Solsequium”, que significa “la que sigue al sol” [qui suit le soleil]». (en JEANCOLAS, Claude, op. cit, p. 251). En Argentina, esta flor es conocida como «Culo de vieja».
[7] El sol.
[8] Las umbelas (o tipo de inflorescencia) presentan flores que parecen salir del mismo punto y llegar a la misma altura.
[9] «El sol» (En Arthur RIMBAUD, op. cit., p. 365).
[10] «El río que el sol ha abandonado» (En Arthur RIMBAUD, op. cit., p. 365)
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∇ Arthur RIMBAUD, Nuevos Versos y Canciones. «Memoria, I., II., III., IV, V». Traducción, Notas y Prólogo de Juan Arabia – Editorial Buenos Aires Poetry, 2015. Diseño Editorial: Camila Evia. 110 páginas