“Nos alejamos de la ciudad”, escribió Jorge Teillier en uno de los primeros versos de su obra más temprana, y que bien podría ser el mismo para todos sus poemas, siempre. Nacido en Lautaro en 1935, autodefinido como un “poeta de los lares”, se alejó del centro, y no sólo geográficamente. Su búsqueda rompió tanto con el discurso romántico y monológico nerudiano, así como con el discurso dialógico y antipoético de Nicanor Parra. En los años 60, además, protagonizó una rivalidad con Enrique Lihn, quien se refirió a su trabajo como el de un “falso provincianismo de intención supralocal”. 

La presente antología, publicada por la Editorial UV de la Universidad de Valparaíso, reúne una extensa selección de todos sus libros de poesía, además de una amplia selección de su prosa y ensayos. Y es que no podía faltar —así como René Char incluyó las Cartas del vidente en su selección poética de Rimbaud— el ensayo “Los poetas de los lares”, donde de alguna forma (si bien hablando de otros poetas como Efraín Barquero, Alberto Rubio y Rolando Cárdenas) Teillier definió su propia estética: “Un primer hecho que estableceremos es el de que los poetas de los lares vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en los últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía”.  

Ciertamente, resultaría muy arbitrario encasillar al poeta como un simple transeúnte o cronista de la vida cotidiana. Jorge Teillier escribió poemas más universales y atemporales que otros, algunos que de hecho se inclinan a la forma breve (en “Cosas vistas”, por ejemplo, parece recurrir a la tradición del haiku japonés: “Nieva/ y todos en la ciudad/ quisieran cambiar de nombre”). Pero hay otros de largo aliento, como los incluidos en Los trenes de la noche y otros poemas (1964), en Crónica del forastero (1968) y en Para un pueblo fantasma (1978), salidos directamente desde el barro: “Sólo soy un empleado público como consta en mi/ carnet de identidad./ Sólo tengo deudas y despertares de resaca/ donde hace daño hasta el ruido del alka/ seltzer al caer al vaso de agua./ En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua”.

El rechazo constante de las grandes ciudades o modernidad (se vestía de traje para “engañar a los rústicos”) es uno de los tópicos en la poesía de Teillier. Como se mencionó antes, no sólo escribió poesía, sino que se dedicó a hacersepoeta. Le interesaba, sobre todo, trabajar con el pasado, con significados y símbolos ocultos de determinados ritos y costumbres generacionales. Creía que los muertos conviven con los vivos: “Mientras dormimos junto al río/ se reúnen nuestros antepasados/ y las nubes son sus sombras”. El espacio vital en que nació Jorge Teillier —Lautaro— fue una mezcla de herencia mapuche, chilena, francesa e inglesa, un lugar recién fundado, sin tradición. Esta misma indeterminación fue la que construyó y sedimentó una nueva poesía: “Pronto amanecerá./ Los fríos gritos de los queltehues/ despiertan a los pueblos/ donde sólo brilla la luz/ de un prostíbulo de cara trasnochada”. Su lenguaje poético, si bien se aproxima al de la vida cotidiana, se pierde en un horizonte oscuro, al que se llega por caminos blancos.

Resulta muy difícil leer a Teillier y no encontrar la verdad del fenómeno poético. Fallecido en 1996 en Viña del Mar por cirrosis hepática, su obra no parece ser otra que la de un forastero al que le gusta entrar y salir de las ciudades, mezclarse y perderse (como un verdadero trovador) en tabernas ocultas. Su vida, como su obra, no parece estar más que destinada a la comunicación de los seres: “nadie puede impedir a un pájaro que/ cante en la más alta cima,/ y el poeta derribado/ es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque”.



Publicado en Revista Ñ (13/04-/24) – Jorge Teillier, Cuando todos se vayan. Antología, Editorial UV de la Universidad de Valparaíso, Valparaíso, Chile, 2023, 322 p.

José Domingo Gómez Rojas | Rebeldías Líricas (Publicado en Diario Perfil, 01 de noviembre de 2020)

De José Domingo Gómez Rojas (1896-1920) importan tanto sus poemas como su historia. Con sólo diecisiete años publicó Rebeldías Líricas (del que no sólo se publican poemas en esta antología), un libro profético que resultaría su única publicación en vida.

Simpatizaba con los obreros y anarquistas de la época, leía sus poemas en espacios públicos. Según el prologuista del libro, Nicolás Vidal, luego de terminar el liceo Gómez Rojas habría atravesado la cordillera a pie, para quedarse unos meses en Mendoza donde se hizo conocido y admirado dentro del ambiente anarquista.

A su regreso estudió Derecho en la Universidad de Chile y militó en las juventudes radicales, siendo parte del 24° Consejo de la Federación Obrera de Chile.

En 1920 se llevó a cabo “el proceso a los subversivos”, un año de represión del Estado chileno en contra de estudiantes y anarquistas que llevó a la cárcel a cerca de mil personas con las más insólitas pruebas.

Es el caso del joven poeta que, acusado de pertenecer al movimiento Industrial Workers of the World, fue procesado por el juez José Astorquiza.

La relación de Gómez Rojas con Astorquiza fue conflictiva desde un comienzo, y se podría alegar que la muerte del poeta fue precedida por una tortura mental y física: “No tiene derecho a dormir: un insomnio obligado (…). El frío es horroroso en esa celda inmunda (…). Y el poeta no come, no duerme (…). En ese estado frenético solo le queda gritar. Lo amordazan. ‘El poeta finge’, aseguran sus carcelarios. Entonces, al no tener voz, comienza a arañarse la cara y su rostro de a poco se va desfigurando. ‘Sigue fingiendo’, repiten. Le amarran las manos. Le amarran los pies. Lo desnudan, recibe baldes de agua fría”.

Bajo esas condiciones, contrae difteria y luego meningitis, y finalmente muere con sólo 24 años.

La poesía de Gómez Rojas, dentro de un lirismo místico y desamparado, prefiguró no sólo su propio destino, sino el de la oscura y trágica historia de Chile, así como la de muchos otros países sudamericanos: “habréis de regresar, en los éxodos / a las eternas noches del olvido.”, “El paisaje brumoso / serpentea en los cerros, tortuoso / y se desliza por las calles planas”, “El sol en el crepúsculo se apaga / como un rojo pendón… todo sangriento”.

José Domingo Gómez Rojas, Rebeldías Líricas, Ediciones Universidad Diego Portales, 2020.