Una nueva antología, Mandalas, presenta versos de quince grandes escritores de la isla.


La antología Mandalas presenta quince poetas que dialogan y modernizan la tradición de la poesía japonesa. Comienza con Shiki Masaoka (1867-1902), que vivió en un tiempo de declive del género en Japón. Las viejas formas se habían estancado y lo que llegaba de occidente amenazaba con imponerse. Para Shiki, a diferencia de lo que ocurría con sus predecesores (Matsuo Bashô, Yosa Buson), lo importante era que la poesía reflejara sólo aquello que pasaba por los sentidos del poeta, es decir, sus vivencias (“Mueren y caen/ insectos de verano/ sobre mis libros”, “En la entrada de la casa/ han puesto a secar cebada./ Vieja persiana de bambú”). La variación alusiva era una de las prácticas fundamentales en las que se sostenía la tradición del haiku, y que básicamente recurría a la evocación de otros poemas (escritos por los viejos maestros), introduciéndoles pequeños cambios.

Esta necesidad del estudio estético y revivificación de las formas tradicionales puede apreciarse en la mayoría de los poetas aquí presentados. Tanto Santōka Taneda (1882-1940) como Hōsai Ozaki (1885-1926) optaron por introducir el haiku de métrica libre. Ambos autores, al igual que Shiki, recurrieron al registro coloquial y accesible, representativos de una manera individual de situarse ante la existencia: “Cada vez más lejana:/ la montaña que no volveré a ver”.

Podría decirse lo mismo de Nanao Sakaki (1923-2008), Sansei Yamao (1938-2001) y Tetsuo Nagasawa (n. 1942), fundadores de la llamada Academia de Vagabundos, referente del movimiento contracultural japonés que compartió escenarios con los poetas viajeros de la Generación Beat como Gary Snyder, Joanne Kyger y Allen Ginsberg. Todos ellos trabajaron con la experiencia directa, el verso libre, introduciendo en sus trabajos una conciencia ecológica planetaria y una admiración por la vida salvaje y la sabiduría budista: “Nosotros los seres humanos/ fuimos animales que encendieron el fuego/ y si podemos aún encender nuestros fuegos seguiremos siendo humanos” (Sansei Yamao).

Otras innovaciones, temáticas, se dan en los poemas de denuncia social. Si bien la poesía japonesa tradicionalmente se vinculó con la naturaleza, los viajes y las estaciones, la época moderna introdujo elementos disruptivos. Poemas como “Ventas de sueños” de Misuzu Kaneko (1903-1930) o “Ayuda a nacer”, “¿Qué es la guerra?” y “Cuando decimos Hiroshima” de Sudako Kurihara (1913-2005), dan una clara visión crítica de las estratificaciones sociales y las consecuencias de la Segunda Guerra.

Una de las ventajas de este volumen, editado por Yaxkin Melchy junto a siete traductores, son las cuidadas biografías que se incluyen de los autores. De Shiki, por ejemplo, leemos: “Falleció en Tokio a los 34 años de tuberculosis. Su enfermedad lo llevó a adoptar el seudónimo de ‘Shiki’ –su verdadero nombre era Tsunenori Masaoka– en honor al pájaro ‘cuco’ o ‘cuclillo’, cuyo canto era tan esforzado que escupe sangre”. De la misma forma, apreciamos mejor los gigantes versos de Yukio Mishima (“Mi hermano menor,/ sus manos extendidas:/ ¡Hojas de otoño!): “El 25 de noviembre de 1970, Mishima encabezó una sublevación que tomó por asalto un cuartel del ejército. Ante el fracaso rotundo de su plan, se suicidó mediante el ritual del seppuku luego de un emotivo discurso”.

Los poetas chinos, incluso los más letrados, suelen decir que el japonés es el idioma conocido como el lenguaje del diablo. Incluso ellos, que con facilidad omiten el sujeto y someten a oscuras distinciones lo que en español se denomina singular o plural, parecen no estar del todo capacitados para capturar los peces más brillantes del mercado. La omisión, la ambigüedad, la polisemia y la incertidumbre del japonés son en realidad (en épocas del post-discurso unidimensional) muy adecuados para la creación y, por tanto, para la recepción de poesía.


Mandalas: poesía japonesa de Shiki a nuestros días. Compilación de Yaxkin Melchy. También el Caracol, 236 págs.


Juan Arabia | 01/02/2023 | Clarín.com | Revista Ñ

Asociado a menudo con el Renacimiento de San Francisco y la Generación Beat (participó de la emblemática lectura poética en la Six Gallery, y personificó a uno de los protagonistas de Los vagabundos del dharma de Kerouac), el mayor mérito de Gary Snyder fue erigir un puente entre la poesía moderna norteamericana y la cultura oriental.

Nacido en la ciudad de San Francisco en 1930, compartió con Allen Ginsberg y Jack Kerouac no sólo la amistad, sino también el objetivo de rescatar en su trabajo la vivacidad y la espontaneidad del habla coloquial. Sin embargo, y pese a estas semejanzas, uno de sus principales proyectos personales fue viajar al sudeste asiático.

Para ello, y tras finalizar sus estudios en la Universidad de Reed en Portland, se inscribió en el Departamento de Culturas y Lenguas Asiáticas de la Universidad de California en Berkeley, donde tomó clases de chino y Literatura Clásica China y donde comenzó a traducir al poeta tardío de la dinastía Tang, Han San.

En 1956, finalmente, obtuvo la beca del First Zen Institute of America y partió hacia Japón donde residiría durante casi doce años en las inmediaciones del Templo Daitoku-ji. A diferencia de muchos compañeros de su generación, que se quedaron en las grandes ciudades para enfrentar y denunciar al “Moloch” de la urbe (“tengo unos pocos amigos, pero están en las ciudades”), el salto de Snyder implicó una ruptura con la civilización occidental “judeo-capitalista-cristiana-marxista”.

Esta nueva selección de la poesía de Snyder, traducida ahora en nuestro país por Esteban Moore y Patricia Ogan Rivadavia, presenta un amplio recorrido por su trabajo, desde su primer título, Riprap and Cold Mountain Poems (1959), pasando por Turtle Island (1974) hasta Mountains and Rivers Without End (1996), entre otros.

La poesía de Snyder describe actos y hechos concretos. Al igual que la temática de la poesía de la dinastía Tang (período más alto y fructífero de la poesía china), su trabajo se nutre de la exaltación de la naturaleza, la descripción del paisaje, generalmente en función de determinados estados de ánimo del autor, de algún sentimiento o idea que quiere expresar: “En este mundo en llamas, turbio, mentiroso,/ bañado en sangre/ ese tranquilo encuentro en las montañas/ fresco y suave como los hocicos de/ tres alces, me ayuda a mantenerme cuerdo”.

La separación, la despedida y el distanciamiento de los seres cercanos (prácticas muy repetidas en la dinastía Tang, producto del estilo de vida libre y retirado de los grandes literatos), es otro de los rasgos que comparte con la escuela de Li Bai, Du Fu y Wang Wei: “No me molesta –vivir así / Cerros verdes –la extensa playa azul / Pero a veces –durmiendo a la intemperie/ Pienso en aquel tiempo –cuando te tenía”.

Todos estos poemas fluyen, además, a partir de los principales cimientos de la poesía moderna en lengua inglesa, y se adaptan al reclamo de Ezra Pound en tanto tratamiento directo y musical (no métrico), y de William Carlos Williams en tanto búsqueda de ritmo y habla propia de los Estados Unidos (Snyder hace un uso magistral de las pausas versales).

Desde 1969, vive en el paisaje agreste de la cuenca del río Yuba, al pie de la Sierra Nevada, en el estado de California. Además de sus aportes literarios, en las últimas décadas se ha convertido en un reconocido vocero de la defensa del medio ambiente y de las culturas conscientes de la preservación del hábitat natural.

La poesía, el budismo Zen, la práctica diaria del zazen, han sido para Snyder los puentes que han permitido el desarrollo de una nueva ética, una nueva estética y por tanto un nuevo estilo de vida: “El arroyo con sus sonidos es una larga lengua extendida./ La vaga imagen de la montaña en sombras un ancho cuerpo despierto./ Atravesando la noche canto tras canto./ ¿Cómo podré expresarme cuando amanezca?”.


03/02/2022 19:11 Clarín.com Revista Ñ Literatura Reseñas

Selección poética, Gary Snyder. Trad. Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore. Alción Editora, 141 págs.